Escolta elfo
Había una vez un elfo llamado Beirand, que emprendió un viaje a una tierra lejana.
Trece días cabalgó, no descansó, hasta que entró en la morada de una ninfa, junto a un lago.
"¡Mira ahí, Narya!" Se oyó un grito de júbilo: "¿Ves ese manzano?"
La respuesta, un relincho, un salto de alegría, luego un salto a medio galope.
No pasó un momento antes de que una ráfaga de viento soplara alrededor, una voz sonora clamó:
"Espera, elfo, esta arboleda es mía; no te daré un fruto ni a ti ni a tu equino".
Luego vino la respuesta: “Por favor, concédenos un respiro. Hace mucho que viajamos; seguramente puedes ver nuestra difícil situación! "
"Fatiga, percibo, ese es tu caso, pero para ganarte mi gracia, hagamos una carrera".
A esto, el jinete consintió, y hacia el árbol, después galopó.
Un aullido, una prisa, un vendaval, el viento dejó al jinete en la cola.
Pero con una sucesión de destellos, un galope elegante, el caballo y el jinete apenas superaron al viento por muy poco.
A cámara lenta, avanzaron y retrocedieron, hasta que por fin, el veloz elfo llegó por delante.
"Bien hecho", dijo el espíritu, mientras soplaba, "mi gracia te concederé a ti y a toda tu gente".
Beirand y Narya se despidieron así, gozando para siempre del favor de la ninfa.
La verdad de esta historia, solo se puede conjeturar, pero sin duda, los escoltas son los más rápidos.